RIAS BAIXAS, UN PAISAJE GASTRONÓMICO POR DESCUBRIR (1)
“He estado a dieta
dos semanas y lo único que he perdido han sido dos semanas de mi vida”
Totie Fields,
humorista estadounidense
Como bien dice la cita del título, cuando se trata de perder,
a la hora de hacer dieta, lo único que se puede perder es el tiempo. Por eso yo
siempre he pensado que es mejor comer variado y bien todos los días que comer
con restricciones un tiempo y en abundancia otro. Un equilibrio hará que el
cuerpo se regule y, si queremos, un poco de ejercicio diario nos ayudará a
controlar eso por los que algunos están dispuestos a grandes sacrificios, la figura.
Es por eso que sigo otra cita del gran Orson Welles, que
decía que “el descubrimiento de un plato sabroso y sano es más provechoso para
la humanidad que el descubrimiento de una estrella”. Y es verdad, porque cuando descubres un plato sano y sabroso se te
abren los ojos a una experiencia única y las papilas gustativas hacen fiesta
cuando empiezas a catar esos manjares.
La Costa de la Muerte en Galicia se divide en Rías Altas y
Rías Bajas. Si bien, todo Galicia, y más en su costa, es un paraíso para los
paladares exquisitos, en este viaje nos hemos dedicado a descubrir pequeños
negocios, pequeñas casas de comida de las Rías Bajas. Como dice un folleto
turístico de la Xunta de Galicia, la gastronomía gallega goza de mayor prestigio
por tres razones: “por la calidad de sus productos, la permanencia de la
tradición y la evolución respetuosa con ese pasado”. Para ello, nos hemos
centrado en unos pocos lugares que pueden ser el resumen gastronómico de la
zona y en un objetivo, acercarnos a lugares poco lujosos o de poco renombre
donde el precio y la calidad están por encima de la imagen y el márquetin.
La villa marinera de Corcubión esconde un pequeño hotel que
posee dos de las características que buscaba, ubicación y buena hostelería. Se
encuentra a la salida del pueblo, dirección Fisterra, justo encima de una
pequeña playa, con una terraza que hace de la estancia un lujo para los sentidos
al poder disfrutar de la tranquilidad del mar y el sabor de las viandas en un
mismo sitio. Se trata de As Hortensias (playa de Quenxe s/n). Lo primero que descubrimos
los amantes de la cerveza es que si quieres una cerveza grande, en jarra y bien
fría, debes pedir un “Bock”. No me han sabido explicar el por qué, de dónde
viene ese nombre, pero al nombrarlo el cielo se abre y te ponen delante una
cerveza grande en jarra helada que, sinceramente, cuando llegas de un viaje
largo, te sienta de maravilla.
Para tomar contacto con la cocina de las rías empezamos
pidiendo unas Almejas a la Marinera (16 euros). Grandes, carnosas y con una
salsa bien ligada hicieron de este aperitivo un primer paso muy positivo.
Posteriormente nos decantamos por un pescado que nunca antes había comido a la
espalda y que desde ahora se ha convertido en uno de mis favoritos, cercano a
la lubina salvaje. Se trata del Cabracho (19 euros), pez de roca con muchas
espinas con una carne blanca como el nácar y un sabor a mar tan intenso que te
metía literalmente en el mar si cerrabas los ojos y te dejabas guiar por el
sonido de las olas, el olor del plato y el sabor del producto.
Del pueblo tan sólo diré que se ve en poco tiempo, sus
calles empinadas esconden edificaciones de otros tiempos como la Iglesia de San
Marcos o el Ayuntamiento. En la lonja encontramos una pequeña terracita junto
al mar que nos abre la vista a un camino entre allí y el hotel por donde las
olas, cuando se embravecían, lograban impactar en los paseantes. Si el paseo
abrió un poco el apetito, lo mejor es tomarse una de las tapas de As Hortensias
de las que destaco dos, el lacón con queso (13 euros) y las espectaculares
croquetas de marisco, unas 13 en cada bandeja (7’85 euros) que me acompañaron
casi todas las noches desde entonces por su sabor y buena presentación, con una
salsa rosa.
Estando en la zona, imposible dejar de acercarnos a
Fisterra, el fin del mundo que decían, aunque realmente el cabo más al oeste de
la península no es Fisterra sino Touriñán, pero Fisterra se lleva la fama.
Subir a verlo es un castigo en tiempo de turismo, demasiada gente y escaso
aparcamiento, así que lo mejor es bajarse a la lonja y buscar un buen sitio
para comer algo. El restaurante Rombos está en la misma lonja y pese que uno de
los platos no era de mi mayor gusto, en el otro triunfaron con creces. Las
navajas que pude degustar eran exquisitas, tiernas, bien hechas y a un precio
razonable, 11 euros. Sin embargo la merluza a la gallega que pedí de segundo me
defraudó. Esto es lo que tienen los sitios turísticos, que de vez en cuando te
ofrecen algo que ni en la casa propia lo pondrías de comida. Se trataba de una
pescadilla seca y congelada, con una salsa gallega por encima que lo inundaba
todo y que no tenía ni sabor, y eso que es complicado ya que sólo con un buen
pimentón le daría el sabor deseado.
Por la noche, junto al mar, se suelen ver luces de gente
paseando y lo que en principio te parece turistas de vacaciones, no lo son. Si
bien no te lo quieren decir de manera directa, cuando preguntas por esas luces
y la posibilidad de que sean furtivos buscando almeja, navajas o cualquier otro
producto, lo niegan todo. No es de extrañar que muchas de esas capturas
nocturnas las tengas al día siguiente en el plato en cualquiera de los sitios
de la zona.
En Muros, el paseante puede disfrutar de multitud de
terracitas donde degustar tapas, como unas buenas sardinas (6 euros) en el bar
El Muelle o una Zorza con patatas (8’50 euros), plato contundente donde los
haya que no es más que lomo de cerdo adobado en trozos pero que una persona apenas
puede comer entera la ración que suelen poner.
Para despedirnos de esta zona maravillosa, lo mejor es relajarse mirando al mar y tomando una refrescante copa.
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